“Nació como colonia judía, pero con nombre guaraní, y se reconoce con orgullo como el corazón del Parque Nacional El Palmar. Su casi centenaria panadería de horno a leña, el museo ferroviario y una vieja trochita que anhela su regreso a las vías”, resume Pablo Donadío, para el Diario La Nación
Las copas de cientos de palmares forman un horizonte verde y esponjoso, sobre el que se apilan nubarrones cada vez más grises y eléctricos. Pájaros y mamíferos, remeros y caminantes, observan con atención. Es la evidencia de un territorio a merced de la naturaleza, altivo y desnudo por igual.
“Nació como colonia judía, pero con nombre guaraní, y se reconoce con orgullo como el corazón del Parque Nacional El Palmar. Su casi centenaria panadería de horno a leña, el museo ferroviario y una vieja trochita que anhela su regreso a las vías”, resume Pablo Donadío, para el Diario La Nación.
Las copas de cientos de palmares forman un horizonte verde y esponjoso, sobre el que se apilan nubarrones cada vez más grises y eléctricos. Pájaros y mamíferos, remeros y caminantes, observan con atención. Es la evidencia de un territorio a merced de la naturaleza, altivo y desnudo por igual.
“Apenas cinco minutos nos separan del Parque Nacional El Palmar. Por eso decimos que esta comuna es parte de un medioambiente tan único como privilegiado”, asegura Lucas Ponce, el director de turismo de Ubajay, Entre Ríos.
Ubicado sobre la autovía internacional José Gervasio Artigas (RN14), el pueblo no sólo se reconoce como punto de partida para visitar el parque. La historia de los pioneros que le dieron identidad, la estación de tren que marcó su destino y hoy es museo, y una panadería de horno a leña que funciona a full con casi 100 años, son otros justificativos para andar a gusto por aquí.
Pioneros
Muchos locales suelen llamar al pago “comuna”. Son resabios de un origen discreto, pero no poco interesante. “El pueblo que hoy conocemos comenzó su formación a principios del siglo XX derivado de dos colonias, la Palmar y la Yatay, apalancado por la llegada del tren, que dejó huella y nombre”, cuenta Ponce.
Efectivamente, la obra para instalar el ramal demandó un colosal pozo para quitar un gran frutal autóctono, el ubajay, nombre guaraní con el que bautizó el nuevo y pujante pueblo. Así, la Estación Ubajay, colaboró también con la llegada de otras familias de colonos.
“Mi padre, David León Hejt, y mi madre, Raquel Pasternack, llegaron desde Rumania y se afincaron acá impulsados por la Asociación de Colonización Judía, fundada por el Barón Maurice de Hirsch. Para 1920 había siete grupos en la zona, y cuarenta familias se establecieron en lotes de cien hectáreas aquí, dedicándose a la agricultura, la ganadería y la silvicultura. Esa gente hizo grande a la comuna, incluso por fuera de lo laboral. Mi padre, por ejemplo, ofició de rabino en el pueblo vecino de San Salvador por muchos años, pero hoy ya no queda nada de eso. Somos los últimos paisanos”, añora Jaime Hejt (77), que junto a Leonor Ana Roitbourd (76) son conocidos como la última pareja descendiente de pioneros.
Efectivamente, la obra para instalar el ramal demandó un colosal pozo para quitar un gran frutal autóctono, el ubajay, nombre guaraní con el que bautizó el nuevo y pujante pueblo. Así, la Estación Ubajay, colaboró también con la llegada de otras familias de colonos.
“Mi padre, David León Hejt, y mi madre, Raquel Pasternack, llegaron desde Rumania y se afincaron acá impulsados por la Asociación de Colonización Judía, fundada por el Barón Maurice de Hirsch. Para 1920 había siete grupos en la zona, y cuarenta familias se establecieron en lotes de cien hectáreas aquí, dedicándose a la agricultura, la ganadería y la silvicultura. Esa gente hizo grande a la comuna, incluso por fuera de lo laboral. Mi padre, por ejemplo, ofició de rabino en el pueblo vecino de San Salvador por muchos años, pero hoy ya no queda nada de eso. Somos los últimos paisanos”, añora Jaime Hejt (77), que junto a Leonor Ana Roitbourd (76) son conocidos como la última pareja descendiente de pioneros.

Ubajay es asimismo el portal de entrada al sitio Ramsar Palmar Yatay, el convenio de protección de humedales internacional, que en este caso cuida 21.450 hectáreas, comprendidas por el PN El Palmar, la Aurora El Palmar, y campos aledaños.
La vieja estación
Unas 30 manzanas irregulares configuran el trazado del pueblo al vaivén de la autovía. En el extremo oeste, la vieja estación se destaca por tamaño y la impecable conservación del Museo Histórico Alcides Coulleri. “Fue el último jefe de estación, y aún en su retiro, cuidó todo como si fuese suyo”, cuenta Mario Coulleri, su nieto.
En 1991 el Ferrocarril Urquiza inició un derrotero de suspensiones que llegó a Ubajay sin pausa. A Alcides lo trasladaron a la cercana estación Calabacilla, por no encontrarse aún en edad jubilatoria. “Pero allí debe clausurar poco después el servicio, y al regresar, cerrar también nuestra estación. Así que vivió dos suspensiones en muy poco tiempo, con lo que eso significa para un ferroviario. Tal vez por eso cuidó el patrimonio para la comunidad hasta 2010, cuando muere”, cuenta Mario.
Ese incipiente museo fue retomado por la mujer de Alcides cinco años más, también hasta su muerte. “La estación era una referencia del pueblo y de la familia. Nosotros jugábamos en ese andén, íbamos a cenar los fines de semana y recibíamos el año nuevo entre las vías, las señales y los techos de madera”, recuerda su nieto.
Aquel viejo ramal del Urquiza no sólo colaboró con la colonización, también dinamizó la vida del pueblo y los parajes cercanos. “Se embarcaba la leche a Concordia, se traían frutas de las cooperativas y había un gran movimiento comercial. Además, las familias iban a venían para celebrar sus fiestas, por eso, y por el cuidado que le dio mi abuelo, el municipio retomó ese patrimonio y le colocó su nombre”, concluye.
Uno de los atractivos que tuvo el lugar hasta hace un tiempo fue la “zorrita”, para muchos, una de las maniobras de Alcides para seguir dándole vida y conexión. Viajes cortos por campos vecinos y hasta el arenal del arroyo, convocaban a las familias en un pequeño vagón tirado por la trochita, paseo que concluía con una charla en el museo. Pero cuestiones burocráticas relacionadas a la concesión y los seguros para transportar personas -que debiera aprobar el Belgrano Cargas, actual gerenciador- impidieron la continuidad.
“Gente del pueblo, aficionados al ferrocarril, intentamos mantenerlo en condiciones, pero es difícil porque no contamos con la estructura, los fondos ni las herramientas. Está la zorrita, el andén, la estación, las vías, las señales, el conductor… sólo falta el permiso. Pero creemos que es cuestión de tiempo, y lo vamos a lograr”, agrega Ponce.
Un sabor distinto
En la esquina de Caraguatá y Los Aromos, el pan de campo enorme elaborado por la Antigua Panadería Ubajay, sigue suscitando pasiones. En parte, gracias a la maestría de los Gutiérrez, y complementariamente, al singular sabor que otorga su casi centenario horno a leña.
“Mi padre llegó aquí en 1961, y le compro a los Fucks este local, que antes había sido de la familia Cirota. Yo lo heredé, así como el oficio de panadero, y pude darle continuidad hasta hoy a un tesoro que está próximo a cumplir 100 años”, cuenta Eduardo Gutiérrez. Habla del único testimonio de la fecha de inauguración con que se cuenta, aparentemente obra del albañil que lo colocó, y que reza: “1827”.
Con una producción de 250 kilos de pan por día, a lo que se suman relucientes tortitas negras, facturas rellenas y roscas y bizcochos crujientes, la panadería sigue abasteciendo a gran parte de los seis mil habitantes del pueblo. “Nos visitan mucho los turistas, pero también hijos y nietos de colonos, que ya no viven aquí, pero han oído cuentos de padres y abuelos sobre el lugar. No hay vez que no se hable de los repartos de pan y leche a las estancias y localidades vecinas, y de anécdotas que nutrieron su infancia, y otros recuerdos donde siempre está vigente ese gustito tan particular de nuestros panificados”, concluye.
Fuente: La Nación - Pablo Donadío